El camino a casa
LA MANERA BUENA Y MALA DE DAR

Historia 3 – Hechos 4:32-5:42
Durante los primeros días de la iglesia en Jerusalén, (el reino de Cristo), era como una gran familia, todos compartían el mismo amor. Nadie se afianzaba de sus posesiones, al contrario, las compartían con todos. Los que tenían tierras las vendían y llevaban el dinero a los pies de los apóstoles. ¿Lo hacían porque se veían presionados? No, lo hacían por el amor que sentían el uno por el otro. Los apóstoles dividían el dinero donado entre los pobres. Ninguno de los creyentes estaba en necesidad. Un hombre había dado todo lo que tenía para ayudar a la iglesia, su nombre era José pero le conocían como Barnabás, lo cual significa “el que da ánimo.” Le llamaban así porque de su boca salía puro ánimo. Barnabás daba no solo su dinero pero su tiempo ayudando y haciendo bien a todos.

Ahora bien, había otro hombre en la iglesia de Jerusalén que no tenía el mismo espíritu que Barnabás. No daba todo lo que tenía y no vivía para el Señor. Un día, Ananías dio una ofrenda de dinero muy fuerte. Quería que todos pensaran que él era muy dadivoso con su dinero. ¡Sin embargo, se había guardado la mitad de lo que había donado! Ananías y Safira, su esposa, habían acordado que darían solamente parte del dinero a la iglesia y se guardarían la otra parte para ellos mismos. Ellos tenían todo el derecho de hacer esto, hasta de quedarse con todo su dinero. El problema fue que fingieron que darían todo su dinero a la iglesia para su propia vanagloria de ellos, y así participaron en esa mentira. Ananías trajo su dinero y lo puso a los pies de los apóstoles, pero Pedro, con el poder de Dios se dio cuenta de lo que Ananías tenía en mente y le preguntó: “¿Por qué el espíritu perverso ha llenado tu corazón y has guardado parte del dinero? Antes que vendieras tu terreno, ¿no te pertenecía en su totalidad, y después de venderlo, no tenías todo tu dinero en mano? ¡Tú has tratado de mentir no a nosotros, sino a Dios, y él mismo te juzgará!”

En lo que Pedro le estaba hablado, Ananías cayó muerto en el piso. Entonces se acercaron uno jóvenes, envolvieron el cuerpo y se lo llevaron para sepultarlo, (como los judíos tenían por costumbre). Unas tres horas después, entró Safira, ella no sabía que su esposo estaba muerto. Nadie le había dicho, todos estaban llenos de miedo. Pedro le preguntó: “¿vendieron ustedes el terreno por tal precio?” Pedro le dijo el precio que Ananías le había dicho. “Sí, por tal precio” ella le contestó. Pedro le dijo: “¿Cómo es que ustedes dos se han puesto de acuerdo para engañar a Dios? ¡Los que sepultaron a tu esposo acaban de regresar para llevarte a ti también! En ese momento ella cayó muerta a los pies de Pedro por medio del poder de Dios. Los jóvenes entraron y, al verla muerta, se la llevaron para sepultarla junto a su esposo. Un gran temor le entró a toda la iglesia cuando se enteraron cómo Ananías y Safira habían muerto. Después de eso, nadie se atrevía a engañar a los apóstoles cuando daban ofrendas a la iglesia del Señor. Cada día los apóstoles iban al templo, y ahí en el Pórtico de Salomón, predicaban de la salvación en el nombre de Jesús. Hacían muchos milagros curando a los enfermos, los traían en las calles, acostados en colchonetas y camillas para que, al pasar el apóstol Pedro, por lo menos les cayera su sombra sobre algunos de ellos. A lo igual, acudían multitudes que llevaban personas enfermas y atormentadas por espíritus malignos; con el poder de Dios en los apóstoles, todas eran sanadas. Todas estas maravillas traían a multitudes para que escucharan a los apóstoles predicar en el Pórtico de Salomón. Al oír el mensaje de los apóstoles, mucha gente puso su fe en Cristo, y mujeres y hombres en gran número se añadían a la iglesia.

Sim embargo, el sumo sacerdote y todos sus representantes se llenaron de envidia al oír y ver todas estas maravillas, las multitudes y a tanta gente creyendo en Cristo. (Estos fueron los líderes que habían mandado a Jesús a la cruz meses antes de todo esto). Mandaron a arrestar a los apóstoles y los metieron en la cárcel común. Pero en la noche un ángel del Señor abrió las puertas de la cárcel los sacó y les dijo: “Vayan al templo a darle a toda la gente este mensaje de vida” Al siguiente día fueron al templo y se pusieron a enseñar. El sumo sacerdote y sus representantes ordenaron que trajesen a los apóstoles ante ellos. Pero al llegar a la cárcel, los guardias no los encontraron y regresaron con este mensaje: “Encontramos la cárcel cerrada con llave, y los guardias firmes a las puertas; pero cuando abrimos las puertas, no encontramos a nadie adentro.” Al oírlo, el capitán de la guardia del templo y los jefes de los sacerdotes se quedaron perplejos. En eso, alguien entró informándoles: “¡Miren, los hombres que ustedes metieron en la cárcel están en el templo y siguen enseñando al pueblo!” Así que el capitán con sus guardias trajeron a los apóstoles sin usar fuerza, porque temían ser apedreados por la gente. Los llevaron ante el Consejo, y el sumo sacerdote les reclamó diciéndoles: “Les dijimos que no enseñaran de ese nombre. Sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas, y nos han echado la culpa de la muerte de ese hombre.”

Pero Pedro les contestó en nombre de todos los apóstoles diciendo: “¡Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres! Ustedes mandaron a Jesús a la cruz, pero el Dios de nuestros antepasados lo resucitó y lo puso a su diestra haciéndolo  Príncipe y Salvador, para que trajera el perdón de pecados. ¡Nosotros somos testigos de todo esto, y el Espíritu Santo de Dios nos dice que todo esto es la verdad!” Cuando los líderes escucharon esto se les subió la sangre a la cabeza y querían matarlos. Pero, entre ellos había un hombre llamado Gamaliel que era muy respetado por todo el pueblo. Pidió que hicieran salir a los apóstoles, luego les dijo: “Hombres de Israel, piensen muy bien en lo que van a hacer con estos hombres. Si lo que están diciendo viene solamente de hombres, fracasarán, pero si es de Dios, no podrán destruirlos, y ustedes se encontrarán luchando contra Dios. Les aconsejo que les den su  libertad y los dejen en paz.” Los líderes acordaron con lo dicho. Entonces llamaron a los apóstoles y, luego de azotarlos, les ordenaron que no hablaran más en el nombre de Jesús. Después de eso los saltaron. Los apóstoles salieron del Consejo llenos de gozo por haber sido considerados dignos de sufrir en el nombre de Cristo. ¡Y día a día, en el templo, y de casa en casa, no dejaban de enseñar a Jesús como Señor y Salvador!